viernes, 11 de diciembre de 2015

¿Cómo diablos eliges tu futuro a los 18 años?



El humano es un animal muy extraño. Elige su futuro cuando más inmaduro es. A los 17 o 18 años no sabes  ni siquiera si estás triste o feliz. Pero justo a esa edad tienes que elegir tu carrera profesional.

En mi primer intento, me equivoqué. Desde que tenía 12 años estaba segura que estudiaría algo relacionado con “las computadoras”. ¡Por qué me encanta (ba) estar todo el día en Internet!

A los 15 años vi la película Pi, de Darren Aronofsky, y como siempre fui buena en matemáticas, me imaginé que sería un genio de los números. En mi búsqueda por las diferentes carreras que ofrecían tanto el IPN y la UNAM, encontré lo que creí era mi carrera ideal, Matemáticas Aplicadas a la Computación, la mezcla perfecta.

Cuando tuve que elegir un área de concentración en la preparatoria, me fui a “exactas”. La mayoría de mis amigos –sabiamente- se fueron a “sociales y políticas”. Los ayudaba a estudiar, incluso leía sus lecturas y me ponía a explicárselas durante el receso.  Siempre les tuve un poco de envidia, porque ellos leían y yo me aprendía de memoria fórmulas de química, matemáticas y física.

Lo único que me gustaba era la clase de programación, sentía que ya era programadora por saber etiquetas de HTML.

Hice el examen para la UNAM. Quedé. Entré, y me decepcioné por varias razones. No sabía matemáticas, maldito sistema educativo. No entendía nada. Vivía sola y no tenía nadie que me despertara. Me di cuenta que nunca iba a ser Max Cohen, que a mí me gustaba Internet, ¡no las computadoras!

Duré un semestre y medio inscrita. Intenté estudiar durante los primeros meses, hasta me metí a cursos con compañeros  de semestres más adelantados–rebuena onda- que te explicaban algebra, cálculo y geometría. Pero no, no era lo mío.

A finales del 2005, yo no tenía ni idea (Clueless) de mi futuro. Recuerdo perfectamente una escena de esa época -bastante triste- estaba viendo una serie tonta de MTV  y me puse a llorar. Porque en la serie todos los chavos de Laguna Beach  tenían muy claro que querían hacer “el resto de su vida”,  y yo no. (Risas grabadas)

Comencé a buscar carreras. La búsqueda fue dura. Tenía claro lo que me gusta(ba) la música, el cine, el Internet y la literatura, pero no sabía qué hacer con ello.

Para distraerme me metí a un taller de teatro en la universidad. Me enamoré del drama. Consideré estudiarlo. Pero no sabía ni cantar, ni bailar y sólo me quedaban los papeles de loca. 

La mayoría de los que estaban conmigo en el taller, también estudiaban comunicación. Investigué la carrera y casi al instante supe que eso era.

¡¿Cómo no pude verlo antes?! Si antes de los 10, escribía y leía por iniciativa propia. Siempre me gustó ver películas e “interpretarlas”. La música definió una parte importante de mi personalidad. Incluso, a los 13 años participé como locutora en un programa de radio de una estación pirata que un cuate de mi hermana había hecho debajo de las escaleras de su casa. (Eso da para otro post)

El momento epifánico fue cuando descubrí la carrera de Comunicación Social, el temario era lo que quería. Hice el examen. Quedé. Me gustó. Terminé. Y ahora soy comunicadora. No comunicóloga, como pensé. Pero estoy bien. Me pagan por estar todo el día en Internet.

lunes, 28 de septiembre de 2015

Reto: leer durante un año sólo libros escritos por mujeres




La mayoría de mis libros favoritos son protagonizados por mujeres. Así que después de leer este artículo, decidí unirme al reto de leer durante un año sólo autoras.

Porque si tiene razón María Barrios “las mujeres escriben más sobre mujeres. Hay más protagonistas femeninas, y como hay más, son más variadas, y como son más variadas, son más interesantes, más humanas, más de verdad”, entonces será fácil alejarme de mi lista de pendientes, que en su mayoría son hombres. 

Hice una lista de los libros que he leído escritos por mujeres. Al principio pensé que habían sido suficientes, pero al enumerarlos, no sólo eran escasos, sino que en su gran mayoría eran de mi Virginia. 

1.       Virginia Wolf: Las Olas, Una habitación propia, La Señora Dalloway, Al Faro, Los años, Momentos de vida, Diario de una escritora.
2.       Anäis Nin: Delta de Venus
3.       Mary Shelley: Frankenstein
4.       Laura Esquivel: Como agua para chocolate
5.       Simone de Beauvoir: La mujer rota y el segundo sexo
6.       Herta Müller: En tierras bajas
7.       Flora Rheta Schreiber: Sybil
8.       "Memorias de Adriano" de Marguerite Yourcenar (leyendo)
9.       Alice Munro: La vida de las mujeres
10.   Hannah Arendt: La Condición Humana
11.   Delia Rodríguez: Memecracia *(ya sé que no vale, pero soy fan)*

Nunca he leído a Wislawa Szymborska, Emily Brontë, Jane Austen, Rosario Castellanos, Dominique Aury, Sor Juana Inés de la Cruz, Elena Poniatowska, Isabel Allende, Agatha Cristie, Ana María Matute, Elfriede Jelinek (sólo vi la película de La Pianista)… y más… y más… y más…

Acepto muchas recomendaciones, las necesito. E invito a otros a hacer este tipo de ejercicio, y preguntarse, ¿por qué no he leído a tantas mujeres? La respuesta la tiene Virginia Woolf en “Una habitación propia”.

lunes, 14 de septiembre de 2015

¡Al diablo las dietas!



El pasado sábado fui por primera vez con un nutriólogo porque últimamente he estado aumentado de peso y estaba un poco harta de sentirme mal por no verme como cuando pesaba 45 o 48 kilos como en la universidad. Una verdadera idiotez.

Hace unos meses volví a ver a varias amigas que no veía en meses o incluso años. Muchas de ellas (no se sientan mal AMIGAS si van a leer esto, ustedes no tienen la culpa, es el estúpido sistema en el que hemos crecido y reproducido) después de abrazarnos, tímidamente me preguntaban ¿subiste de peso? o ¡te ves más llenita! ¡Ya no te ves tan flaca! 

Yo contestaba casi llorando ¡¡sí, subí de peso!! Ellas trataban de consolarme, diciendo que así me veía mejor. Pero poco a poco comenzó a resurgirme ese trauma que desde niña me ha acompañado a lo largo de los años, ¡estar gorda! 

Durante un tiempo –hipócritamente- les decía a las personas que ser gordo o flaco no tiene nada de malo, sólo es un atributo físico y que el  peso no debe de importar. Y no, no debe importar y sí todos tenemos derecho a defender nuestro cuerpo y aceptarlo tal cual es.

Pero yo había ido por ahí con la bandera de no importa cuánto peses, acéptate y bla, bla. Porque yo estaba delgada. Ahora que comencé a subir de peso, comencé a hacerme daño mentalmente y a llorar muchas veces frente al espejo porque no me quedaba mis pantalones XS o S ¡sí soy una imbécil!

Hoy, mientras comía me di cuenta que debo de aceptarme tal cual y que no puedo compararme con mi yo de los 20 años, porque no soy esa persona. Que mi nutrióloga es bastante mala y timadora si ella siendo una profesional de la salud, me ofrece una dieta para bajar más de 8 kilos, cuando mido 1.60 y peso 56 kilos. 

No tengo sobrepeso. Sí debo de cuidarme, alimentarme bien, hacer más ejercicio pero no tengo porque martirizarme por pesar 48 kilos. Y hoy, sin ser hipócrita, les digo al diablo las dietas y los estándares de belleza que nos hacen sentir mal con nuestro propio cuerpo. 


jueves, 10 de septiembre de 2015

La importancia de viajar



Viajar te cambia la vida. En un viaje se ponen en acción todos los verbos que uno conoce. Se ríe, se come, se explora, se siente, se busca, se divierte…incluso se llora, se pierde, se encuentra y se reinventa.

Viajar significa abrirse a otras mentes, culturas,  formas y estilos de vida diferentes. Permite reconocerse en un contexto extraño, pero también revelador y excitante. 

Todos debemos permitirnos viajar, todos debemos viajar. Para ampliar nuestra visión y experimentar nuevas y reconfortantes vivencias.

Viajar te cambia la vida porque te transforma en una versión mejorada y más crítica de ti mismo.

Aquel que no sueña con viajar, no sueña. Reír en Colombia;  admirar Machu Picchu; caminar en un pueblo mágico de México; navegar por el Atlántico; nadar en el Caribe; divertirse en Las Vegas; comprar en Nueva York; fumar en un coffee shop en Ámsterdam; beber cerveza en Bélgica; recorrer museos en Francia…son de los mejores momentos que he tenido en mi vida.



Soñemos y viajemos. La vida es demasiado corta para no vivirla.

lunes, 20 de julio de 2015

Mi psicoanalista y YO



No espero un pastel ni un regalo de mi psicoanalista. Pero pronto voy a cumplir dos años en terapia. No recuerdo exactamente la fecha, si las circunstancias por las que decidí ir. 

Encontré a mi psicoanalista por casualidad. Un excompañero me lo recomendó, me dijo que era uno de los mejores. Le llamé por teléfono y su voz me gustó. Hice una cita “muestra” y tuvimos química terapéutica. 

El recorrido de conocerme ha sido tortuoso.  En mis relatos que me cuento y le cuento hay risas, lágrimas y muchaaaaaaa saliva. El psicoanálisis me ha ayudado bastante.  Ahora lo recomiendo como si fuera Herbalife o cualquier producto piramidal. 

Un artículo de El País, me hizo pensar acerca de mi terapia. Sobre todo las palabras de J. M. Coetzee:
¿Qué relación tenemos con la historia de nuestra vida? ¿Somos el autor consciente, o debemos considerarnos meramente una voz que emite un torrente de palabras procedente de nuestro interior? Sobre todo, dado el volumen de recuerdos que almacenamos, ¿qué deberíamos dejar fuera cuando contamos esa historia, sin olvidar la advertencia de Freud de que lo que decidimos omitir puede ser la clave de nuestra verdad fundamental?”.

“Desde el punto de vista del terapeuta, ¿debemos exigir al paciente que afronte la verdad sobre sí mismo o, por el contrario, nuestra profesión nos da libertad para colaborar o conspirar con el paciente a la hora de crear un relato de su vida --una ficción, sin duda, pero una ficción fortalecedora-- que le haga sentirse a gusto consigo mismo, lo bastante bien como para salir al mundo y ser capaz de amar y trabajar?

En nuestra cultura liberal y postreligiosa, tendemos a pensar en la imaginación narrativa como una fuerza benigna que está en nuestro interior. Pero existe una opinión opuesta, que la imaginación es una facultad que utilizamos para elaborar, para nosotros y nuestro círculo, el relato que más nos conviene, un relato que justifique cómo nos hemos comportado en el pasado y cómo nos comportamos en el presente, una historia en la que nosotros solemos tener razón y los demás suelen no tenerla.

¿Yo estaré contándome un relato que me haga ser funcional? Antes de la terapia, era un manojo de nervios. Sufría ataques de ansiedad y depresión repentinamente. Sin ninguna causa aparente. En la terapia me obligué –me obligo- a hablar más allá de lo que cuento a mis seres cercanos. 

Descubrí varias prácticas autodestructivas y flageladoras que ahora trato de corregir. No todas las he logrado vencer ni controlar. Algunas siguen presentes o regresan en determinados momentos. Pero ahora las identifico y trato de trabajarlas. 

¿Pero que estaré omitiéndome? ¿Cuál es el recuerdo suprimido? ¿Mi psicoanalista realmente me está exigiendo afrontar “la verdad” o, por el contrario, conspira y colabora conmigo para crear un relato de mi vida que me ayuda a salir al mundo?

Sinceramente creo que ambas cosas. Mañana lo voy a cuestionar arduamente.