El humano es un animal muy extraño. Elige su futuro cuando
más inmaduro es. A los 17 o 18 años no sabes
ni siquiera si estás triste o feliz. Pero justo a esa edad tienes que
elegir tu carrera profesional.
En mi primer intento, me equivoqué. Desde que tenía 12 años
estaba segura que estudiaría algo relacionado con “las computadoras”. ¡Por qué
me encanta (ba) estar todo el día en Internet!
A los 15 años vi la película Pi, de Darren Aronofsky, y como
siempre fui buena en matemáticas, me
imaginé que sería un genio de los números. En mi búsqueda por las diferentes
carreras que ofrecían tanto el IPN y la UNAM, encontré lo que creí era mi
carrera ideal, Matemáticas Aplicadas a la
Computación, la mezcla perfecta.
Cuando tuve que elegir un área de concentración en la
preparatoria, me fui a “exactas”. La mayoría de mis amigos –sabiamente- se
fueron a “sociales y políticas”. Los ayudaba a estudiar, incluso leía sus
lecturas y me ponía a explicárselas durante el receso. Siempre les tuve un poco de envidia, porque
ellos leían y yo me aprendía de memoria fórmulas de química, matemáticas y
física.
Lo único que me gustaba era la clase de programación, sentía
que ya era programadora por saber etiquetas de HTML.
Hice el examen para la UNAM. Quedé. Entré, y me decepcioné
por varias razones. No sabía matemáticas, maldito sistema educativo. No
entendía nada. Vivía sola y no tenía nadie que me despertara. Me di cuenta que
nunca iba a ser Max Cohen, que a mí me gustaba Internet, ¡no las computadoras!
Duré un semestre y medio inscrita. Intenté estudiar durante
los primeros meses, hasta me metí a cursos con compañeros de semestres más adelantados–rebuena onda- que
te explicaban algebra, cálculo y geometría. Pero no, no era lo mío.
A finales del 2005, yo no tenía ni idea (Clueless) de mi
futuro. Recuerdo perfectamente una escena de esa época -bastante triste- estaba
viendo una serie tonta de MTV y me puse a
llorar. Porque en la serie todos los chavos de Laguna Beach tenían muy claro que querían hacer “el resto
de su vida”, y yo no. (Risas grabadas)
Comencé a buscar carreras. La búsqueda fue dura. Tenía claro
lo que me gusta(ba) la música, el cine, el Internet y la literatura, pero no
sabía qué hacer con ello.
Para distraerme me metí a un taller de teatro en la universidad.
Me enamoré del drama. Consideré estudiarlo. Pero no sabía ni cantar, ni bailar
y sólo me quedaban los papeles de loca.
La mayoría de los que estaban conmigo en el taller, también
estudiaban comunicación. Investigué la carrera y casi al instante supe que eso
era.
¡¿Cómo no pude verlo antes?! Si antes de los 10, escribía y
leía por iniciativa propia. Siempre me gustó ver películas e “interpretarlas”.
La música definió una parte importante de mi personalidad. Incluso, a los 13
años participé como locutora en un programa de radio de una estación pirata que
un cuate de mi hermana había hecho debajo de las escaleras de su casa. (Eso da
para otro post)
El momento epifánico fue cuando descubrí la carrera de
Comunicación Social, el temario era lo que quería. Hice el examen. Quedé. Me
gustó. Terminé. Y ahora soy comunicadora. No comunicóloga, como pensé. Pero estoy
bien. Me pagan por estar todo el día en Internet.